Cerebro de corcho

Su interior era un vacío de insondable fugacidad en el que sólo permanecía la impresión del momento. Como un terreno huérfano de raíces y vegetación, incapaz de sostenerle o sostener a los demás. Sin registros duraderos, excepto un ciclo de pensamiento recurrente, a veces obsesivo, autor de soliloquios, sainetes y dramones que apelaban a los más bajos denominadores comunes. Juegos mentales, barreras construidas en torno a un raquítico corpus emocional que con el tiempo se habían convertido en infame prisión, haciendo del infierno un lugar localizado en su pecho. Tras años de abandono, se encontraba planteándose necesidades a la que apenas podía o sabía dar forma.  Y así, tras su asertiva sonrisa se extendía una compleja maraña emocional que le hacían sentirse habitante de un yermo de confusión y perplejidad. Vacíos habitados por un monstruo de aliento hirviente y agudos dientes, siempre hambriento, siempre dispuesto a hacer presa cuando las luces se apagaban y los espectadores descasaban lejos, seguros. Dentro, solo, perseguido, Cerebro de Corcho grita, lanza aullidos de socorro. Quizás por eso buscar una cura para el dolor; quizás por eso su egoísta preocupación por los que le rodeaban. Inconscientemente, nunca dio nada sin esperar algo a cambio, y cada acto era una súplica, un "ayúdame" entonado en un lenguaje creado por él mismo, incomprensible para el resto. Destinado a satisfacer las demandas autocompasivas de su ego. Recibiendo señales, demasiado proyectado para interpretarlas sin filtros. Pero intuía que la aceptación de su naturaleza incompleta y contrahecha, de esa confusión, ese desequilibrio, podrían hacerle comprender que todo residía dentro. El dolor. La sombra. La luz. Dándole acceso a una comprensión más plena del proceso a que se reducía su existencia. Y así, tal vez, ser feliz. Tal vez...

Puedes escuchar este disco en SPOTIFY

Me Enamoré de una Nube

Fue un día de Julio, bajo un cielo sin costuras, desbordante. Solmartillo. Tierrayunque. Airefuego. Y de repente, ella. Entrando  hasta el fondo de mi pecho. Infinita en su nívea blancura, diminuta sobre la matriz celeste. Etérea. Ligera. Irresistible en su  flujo de formas y vórtices, su promesa de lluvia y sombra, su sedoso atuendo, sus contornos imprecisos.

Fue amor a primera vista, algo más bien platónico: contemplándola embelesado, un zumbido mecánico desvió mi atención hacia las corrientes de calor que distorsionaban el horizonte. Alcé de nuevo la mirada entornando los ojos, deslumbrado por el caleidoscópico fulgor del sol, pero ya no quedaba rastro alguno de blanco. Sólo azul. Un brillante, estático telón azul.

Puedes escuchar este disco en SPOTIFY